César Samboní. Bolívar, Cauca (1972)
Licenciado en Literatura y Lengua Española y Magíster en Estudios de la Cultura y Literatura Latinoamericana de la Universidad del Cauca y de la Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, de la cual fue becario. Presidente Honorario de la Asociación Caucana de Escritores. Ha publicado los libros: Muerte de luz (1995), Los caminos del Classerou (2000), Pensamientos de Aldea (2001), Bosque Adentro (2008), Poemas de Altozano (2014), Alabanza (2014), Diario de un resentido (2016). Ejerce la gestión y el periodismo cultural.

Poema
un día salí de mi casa a conocer el mundo
las formas los sonidos y las confusas normas
el verbo que siempre me sedujo y la palabra belleza
me perdieron por caminos sin retorno
después fue el perfume de una noche rara
la calidez de un cuerpo
y la embriaguez de una copa reluciente
pero el alma es insaciable
y de la ebriedad decidí escapar: la tarde fue terrible
como una canción estridente
una fuerza
más dura me impidió volver al centro
al punto de partida
entonces un golpe invisible
me arrojó al espacio donde todo espacio se anula
al tiempo donde el tiempo se aniquila y se ama sin cansancio
otra vez la noche y sus dientes me abrazaron
los perfumes
las palabras
un cuerpo
un aroma
el retorno es un camino que no existe
Lina María Burbano – Sucre, Cauca
Soy mujer, campesina y mamá, nacida en Popayán el 19 de mayo de 1992, criada en un municipio del Sur del Cauca al pie de la cordillera central, rodeada de agua, monte y animales; de profesión politóloga, especialista y magíster en gobierno y políticas públicas. Con un amor profundo por la vida en todas sus formas, maneras y tiempos de manifestarse. Me construyo a partir de una frase que escuché a un líder de la guerra por el agua en Bolivia a media carrera de ciencia política: “debemos buscar ser como el agua y la niñez: siempre alegres, transparentes y en constante movimiento”.

Poema
Luna de marzo
Hoy soy más tierra que nunca, me cobijo con su aroma, me vuelvo a ella con agradecimiento por ser mujer insurrecta, rebelde y alegre como sus tiempos
Hoy soy árbol con profundas raíces, mis hojas están teñidas de diferentes naciones, de diferentes pueblos y culturas, mis ramas están llenas del mundo que desde la palabra verdadera se ha impregnado en mi savia
Mis flores están llenas de amor para quien quiera recibirlo: planta, tierra, pájaro, agua, animal, viento, mujer, hombre, niña, fuego, piedra, montaña… Y para recibirlo mis poros abiertos
Soy mezcla y me enorgullece serlo, soy quien en la mezcla llama a la compartencia, a la juntanza a la raíz y a la flor.
Salud! Y que mandan decir los que saben, que queremos un mundo donde quepan todos los mundos; porque hay tantos colores como pensamientos en el mundo, y ya ven en la madre naturaleza todo tiene su espacio, tiempo, forma y modo.
Felipe García Quintero (Colombia, 1973)

Poemas
Sus huellas
La niña sigue de pie al borde de la escalera eléctrica del centro comercial.
Debe bajar pero no lo hace, solo mira crecer el abismo del aire oscuro delante suyo.
Es cuando el silencio se abre en sus ojos para devorarlo todo. La prisa del tiempo se detiene en el rincón de quien atiende su llamado invisible.
La gente la mira o no, igual se alejan de espalda a su terror. No advierten la feroz batalla que libra ni la tempestad en sus labios cerrados por el grito de la voz muda.
Me acerco y le ofrezco mi brazo enjuto. Sin verme lo toma y da el primer paso.
Mientras descendemos siento su temblor en mi sangre. Y es suyo mi aliento en reposo dentro de su corazón a tientas.
Ante el escalón final le cedo mi lugar y triunfal me dejo caer en tierra firme.
La miro avanzar, alejarse; irse de mis ojos para siempre, libre.
Quedo a solas con el mundo.
Palabra de carpintero
Mañana sí, de seguro.
Confíe en mí,
siempre cumplo.
Para hoy no puedo,
a usted le conviene esperar.
El día termina,
aunque vaya de largo,
siempre pasa lento,
pero no le alcanzo.
La madera necesita sol,
usted lo sabe.
Para terminar de morir,
a la sombra del silencio,
es preciso su luz,
su beso,
su abrazo;
su mirada
en la paz de callar
y ser buena mesa,
buena silla,
buena cama,
buen ataúd
o un juguete a solas.
Para hoy no puedo,
a usted le conviene esperar.
Lo constelado
Crecer duele, lo sabe el árbol reclinado contra el cielo.
También la piedra que mira siempre adentro, enterrada al costado, como el hueso.
Porque no basta el aire para vencer la distancia del aliento, allí donde palpita el latido callado, sin eco.
Cuánto ardiera lo visto por el silencio, si ahora cesa el estruendo mudo de alzar la voz del suelo, y mirar la sombra de lo dicho a lo lejos.